Es impresionante el daño que hace cuando una persona fallece pero todavía resulta más corrosivo cuando dicha persona, lo único que ha hecho en su vida, es darnos su talento, hacernos reir y soñar u ofrecernos hasta el final lo mejor de ella misma.
Esta semana ha caido un nuevo mito del cine internacional, el 11 de agosto falleció
Robin Williams a la edad de 63 años, actor que nos ha regalado interpretaciones tan geniales que se nos hace la cara una sopa cuando pensamos en su
desgraciado final. Su filmografía cuenta con cerca de
80 largometrajes llenos de magia, ternura, entusiasmo y en ocasiones dureza con esperanzas.
El actor comenzó la gran carrera de su vida en
Chicago y todo indicaba que su futuro iría encaminado hacia las
ciencias políticas que estudiaba pero la interpretación llamó a su puerta, o más bien, la tiró abajo de un placaje, al ser admitido en la
Juilliard School de Nueva York, uno de los centros de preparación artística con más renombre en America con una tira de talentos magníficos salidos de él, como Jessica Chastain, Mark Snow, Christopher Reeve, Domingo García Flores, Kevin Spacey, Laura Linney o, bueno, ya os hacéis una idea.
Su primera oportunidad como actor en pantalla fue con
"Mork y Mindy" y no podría haberle gustado más su debut a America pero con los años, aquel extraterrestre despistado dejaría la serie para dar el salto a la gran pantalla con la adaptación, del comic y dibujos animados,
"Popeye" el marino con ruta metabólica de dopaje con las
espinacas de lata. A partir de este momento, y aunque la película del marinero no gustó como pensaron que haría, Williams fue cogiendo experiencia a velocidades insospechadas y películas como
"El club de los poetas muertos",
"Jack",
"El hombre bicentenario",
"Patch Adams", la olvidada
"Flubber",
"Hamlet" o
"Retrato de una obsesión" no habrían sido nada sin su aparición y versatilidad.